El duelo te parte. Pero también te revela.
Melina La Torre
Durante siglos, el inconsciente colectivo cargó a María Magdalena con un estigma: la pecadora, la que debía arrepentirse. Pero la historia que no nos contaron es que ella fue la única que se quedó cuando todos huyeron, la que se animó a mirar de frente el dolor, el cuerpo, la muerte, la ausencia. La que sostuvo el final… y fue testigo del comienzo.
El duelo es eso. Una parte de vos sigue, actúa, se reinventa. Y otra… queda paralizada. Se queda frente a la tumba vacía. Esperando.
Podés sentir que ya lo trabajaste, que lo tenés recorrido. Y sin embargo, hay zonas donde todavía no te sentís viva. Lugares que esquivás sutilmente: el cuerpo, el deseo, los vínculos, el disfrute, la intimidad.
El duelo no se supera, se transita. No es dejar de llorar. Es ir animándote a dar pasos en esas áreas que evitás, que disfrazás de “no me interesa” o “no es tan importante”. Pero sí lo es. Y lo sabés.
Mientras sigas evadiendo ciertos espacios de tu vida, es porque algo ahí sigue detenido. Y eso también forma parte del duelo. Porque el duelo no se termina cuando el dolor se calma.
Empieza a transformarse cuando te animás a vivir de nuevo. Cuando dejás de postergar lo que sabés que querés… aunque dé miedo.
No hacer pareja también fue parte de lo que tenía pendiente en mí. Porque el duelo nos va mostrando las piezas que faltan, esas secuelas que no se integran todas al mismo tiempo.
Así como María Magdalena se animó a quedarse frente al vacío, también nosotros somos invitados a mirar de frente esas áreas de nuestra vida que permanecen suspendidas: el cuerpo, el deseo, los vínculos, la intimidad.
Porque el duelo se transita: se camina, se habita, se transforma cuando dejamos de esquivar lo que es importante.
Hoy quiero dejarte esta pregunta: ¿En qué áreas de tu vida todavía no estás actuando?
Quizás sea justamente ahí, en ese lugar incómodo que evitás, donde habita la oportunidad de renacer.